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2.12.05

Balínskaya y la electricidad

Balínskaya y su marido, Giorgiotto da Grazia, solían frecuentar la quinta de su tío Lou en San Isidro. Les entretenía el show que montaban Lou y Bórax, les daban muy bien de comer y les hacía gracia que Lou les dijera que se había pasado la semana cocinando para ellos.
Algunos de los platos eran bastante raros: huevos poché con salsa golf, pollo relleno de espinaca y espárragos, helado de dátiles con queso, etc. Bórax los servía, impertérrito, a excepción de algunos comentarios.
-Siñor Lou preparó huevos al revés: primero rompió, después hirvió. Yo siempre decir siñor que primero hervir y después romper, pero siñor sabe mejor y no hacer caso Bórax.
-No digas pavadas, Bórax -lo reconvenía Lou-. El que me enseñó a hacer huevos poché fue Escoffier, y él sabía más que vos.
-Poide ser, y poide ser que fue ese siñor Escoffier que le enseñó a hacer pollo relleno con espinacas y espárragos. Siñora Balínskaya y siñor Giorgiotto ser únicos que comen esto. Porque ser bien ducados. Tener mucha ducación. Cuando vino siñora Susana Gímenez y siñor Carlitos Monzón, Bórax creer que Monzón iba a dar trompada siñor Lou y tirarlo a la pileta cuando yo sirví avestruz asado con canela.
Giorgiotto y Balínskaya se rieron.
-No te preocupes, Bórax -dijo Balínskaya-. Los artistas son así. Sobre todo los directores de cine. Después de comer fueron a tomar café a la terraza y un poco más tarde se pusieron los trajes de baño y se prepararon para darse un chapuzón en la pileta.
-Acabo de limpiarla -dijo Lou-. ¿Ven ese aparato que parece un tacho de basura con ruedas? Es el filtro eléctrico: chupa el agua de la pileta, la limpia y la vuelve a escupir por ese caño.

Balínskaya se acercó a investigar, pero desgraciadamente no vio que el aparato estaba enchufado. Cuando lo tocó para ver cómo funcionaba, recibió una descarga eléctrica que la tiró a dos metros de distancia. Pegó un gritó y después se cayó al suelo, desmayada.
Giorgiotto , Lou y Bórax corrieron hasta ella.
-Bali, despertate, Bali -rogaba Giorgiotto, presa del pánico y dándole palmaditas en las mejillas.
-Yo no hice nada –exclamó Lou-.
-Debe ser comida –dijo Bórax-, huevos y todo eso.
Balínskaya abrió un ojo, lentamente. Cuando pudo volver a articular palabra, dijo:
-Te voy a matar, Lou. Ese maldito aparato casi acaba conmigo. Me dio una patada tremenda.
-No puede ser, a mí nunca me da patadas.
-Porque señor ponerse guantes de goma –dijo Bórax-. Señor no avisar siñora que no tocar tacho de basura con ruedas, descalza y sin guantes de goma.
-Casi me dejás viudo –protestó Giorgiotto, pero ya estaba más tranquilo.
Entre todos le ayudaron a levantarse y la acompañaron hasta los sillones de la terraza para que se repusiera.
A partir de entonces, cuando iban a la quinta de San Isidro, Balínskaya siempre se aseguraba que el aparato infernal no estuviera a la vista. De lo contrario se negaba rotundamente a acercarse a la pileta.