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2.12.05

El secuestro

Un episodio poco conocido de la azarosa vida de Lou Zabalasque está relacionado con su afición por los perros y la escasa simpatía que le inspiraban los norteamericanos. Según fuentes de la máxima credibilidad, pero que prefieren seguir en el anonimato, Lou Zabalasque secuestró y exigió rescate por un nervioso caniche. Tras unos complejos avatares, el sorprendente final fue que el propio secuestrador pagó el rescate. Los últimos móviles de esta acción solo pueden conjeturarse.
No hay secuestro exitoso que pueda ser realizado por una sola persona.
Lou lo sabía desde siempre y eligió a una ocasional cupletista, Dorita la Hermosa, como cómplice. Los dueños del caniche, un ejecutivo norteamericano y su familia, acostumbraban abandonar su casa en los acantilados de San Isidoro durante los fines de semana, en busca de quien sabe que estímulos. Lo que es seguro es que no querían testigos y prueba de ello es que ni siquiera el caniche los acompañaba. Los vecinos de Lou fingían ignorar que el caniche, cuyo sexo y nombre no se recuerdan, soportaba mal la soledad y lo hacía saber con prolongadas sesiones de indignados ladridos. Lou planificó con rapidez una acción que, a condición de asumir ciertos riesgos, garantizaba impunidad. Todo sucedió un soleado sábado al mediodía. Dos señoras ataviadas con abrigos de piel paseaban por las serenas calles de la exclusiva vecindad, sin otra preocupación aparente que observar el avance del invierno en los cuidados jardines. El de los norteamericanos atrajo tanto su atención, que no dudaron en entrar en la propiedad (las clases altas en la Argentina no necesitaban entonces de medidas de seguridad en sus zonas verdes), para disfrutar de las incipientes camelias.
No cesaban de charlar con ese aire concentrado que adopta la gente cuando habla de plantas y árboles y, con la mayor naturalidad, se dirigieron a la parte trasera del chalet. Se ignora como se ganaron la confianza del perro, pero instantes después se las vio salir, sin prisas y acompañadas por el caniche, que una de las mujeres mantenía asido por el collar.
Sobre lo que sucedió a continuación hay varias versiones, pero la más verosímil es la siguiente: seguramente el caniche, de natural nervioso, valoró la posibilidad de una alegre carrera y en pos de ella trató de liberarse de su nueva amiga. Consiguió, a fuerza de tirones, apurar el paso y el forcejeo puso al descubierto que la presunta dama vestía como un hombre bajo el abrigo, una impresión que acentuaba el hecho de que su arreglado pelo, era en realidad una peluca que había perdido su discreto equilibrio, dejando al descubierto una cabeza relativamente calva. Lo último que se recuerda haber visto fue una desaforada carrera del trío hacia un coche, en el que abandonaron el lugar, con manifiesta precipitación e impericia.
Los norteamericanos comentaron a sus vecinos que había desaparecido el caniche y Lou les sugirió que publicaran un anuncio en el periódico, ofreciendo una gratificación a quien devolviera el can, una posibilidad que no cautivó a la familia Kiernan. Entonces, Lou ofreció publicar él mismo el anuncio y, de ser respondido, pagar la gratificación, pero quedarse con el caniche. Los Kiernan aceptaron con indiferencia el arreglo. A los pocos días se pudo ver a Lou , sereno y satisfecho, paseando al nuevo caniche.